Huir o contemplar. Escapar o mirar. Siempre tenemos dos posibilidades delante de lo que sucede en el mundo. La primera rompe –o intenta romper– el hilo que nos vincula con lo real, la segunda está dispuesta a hablar, a escuchar, y quizás también a sufrir. Hace un par de meses, Lucía Méndez afirmaba –retomando una expresión de la filósofa francesa Claire Marin– que “la enfermedad, la depresión, las rupturas traumáticas y el duelo son llamados «paréntesis de la existencia»”, y concluía el artículo diciendo que “la pandemia es otro de esos paréntesis” (El Mundo, 29.09.2020). Algo parecido escuchó una buena amiga en la charla inaugural de un colegio en Madrid: “Queridos padres, hay que poner este año entre paréntesis. Vuestros hijos hacen 2º de Bachillerato y les vendrá bien ausentarse de la vida social para centrarse en estudiar, ya habrá tiempo para vivir después, cuando todo haya pasado”. ¡El director de este centro, probablemente sin ninguna maldad, está prescindiendo de la realidad!
Se escucha mucho últimamente (menos mal) que la educación se basa en introducir a los chavales en la realidad y que tiene como objetivo primordial prepararlos para afrontar los retos del futuro, ya sea en la Universidad o en la Formación Profesional, y también se habla de las non-cognitive skills: la motivación, el esfuerzo, la comunicación interpersonal, la perseverancia, la solución de problemas, la amigabilidad… Todas ellas habilidades que permiten al alumno desenvolverse en circunstancias de muy diverso tipo pero que deben hacer las cuentas con las circunstancias en las que vivimos. Si metemos la pandemia –o lo intentamos– debajo de la alfombra, la realidad no sería entonces uno de los elementos esenciales de la educación. Y a ver quién es el listo que acompaña a un chaval cuando ha muerto su hermano o cuando sus padres se han separado. “Enséñame ahora a hacer como que no pasa nada en mi familia, solo entonces me pondré a estudiar”, nos diría con todas las de la ley.
«Cuando se corta el diálogo con el mundo estamos perdidos»
Gustavo Martín Garzo (El País, 17.10.2020)
A principios de verano, un gran poeta italiano, Daniele Mencarelli, apuntaba que “se ha silenciado la voz de quien sabe traducir el dolor en belleza, de quien con las propias manos transforma el sufrimiento presente en memoria compartida durante los siglos. En Italia no se escucha la voz del arte” (Avvenire, 06.06.2020). Y unos meses más tarde, el escritor vallisoletano Gustavo Martín Garzo parecía conversar con Mencarelli en la distancia: “El mundo del arte tiene que ver con esta rebelión contra el hecho de que la vida no tenga sentido. Cuando se corta el diálogo con el mundo estamos perdidos. Por eso ocurre la depresión, que viene cuando de pronto el alrededor enmudece y no hay ninguna posibilidad de mantener un diálogo con nada” (El País, 17.10.2020). Esto es lo que está en juego, ni más ni menos. Y quien no corta esta conversación continua con el mundo, con lo que sucede tal y como sucede, sale ganando. Ejemplo de ello es el mensaje de un alumno a una profesora del colegio a raíz de la muerte de su abuelo. En él le agradece de corazón haberle enseñado en la asignatura de Lengua y Literatura la conciencia del hombre medieval ante la muerte y cómo esta se percibe con esperanza en El Cantar de Mio Cid. Parecía imposible que un estudiante pudiera sacar fruto de una obra oral de hace casi mil años…

Brutal!
Te veo escueto, ¡eh!
Increíble reflexión!
Yo, en mi opinión me parece totalmente cierto, no podemos ni evitar la circunstancia ni encerrarnos temporalmente hasta que lo malo pase, pero a veces te resulta imposible vivir y disfrutar con el peso del curso, a veces tienes que abstraerte de lo que te gusta para poder salir a flote. Y por último, quería mencionar la pregunta que me ha salido al leerlo -¿cómo se puede transformar un dolor en algo bello?-un sufrimiento del que puedas en el presente de tu dolor, dar gracias. Me resulta contradictorio.
En mi opinión pienso que nadie debe huir de los problemas que tiene, tiene que afrontarlos porque sino nunca va a superarlos y se les va a ir haciendo una bola cada vez más grande. Me parece flipante que el chaval que se le murió su abuelo, pasando por el momento que estaba pasando, sea capaz de enlazar su situación con El Cid, simplemente acojonante.